miércoles, 4 de marzo de 2009

Jim



Pensando en muchos de mis actuales compañeros, ya de una generación que no es la mía, me maravillo ante las diferencias que veo entre ellos y yo. Más jóvenes, más centrados en sí mismos, con pocos atisbos sociales, para nada interesados en algo que no suponga el medrar aquí y ahora. Vamos, todo lo contrario de lo que mínimamente me pueda atraer. En esta generación ya nadie habla de "trepas", igual que nadie habla de "capitalismo": no se habla de lo evidente, igual que no se habla del oxígeno.


Bueno, en estas reflexiones misantrópicas estaba cuando me he acordado de uno de mis primeros compañeros; fue el primer año que trabajé. Su nombre era Jim y él también trabajaba por primera vez; para empezar lo hicimos en un colegio para "chicos malos". Algo nada fácil. De aquella experiencia sólo comentar que la dificultad creciente del trabajo hizo que Jim y yo sustituyéramos la pinta de cerveza negra de los viernes por tres pintas al día.


Entre pinta y pinta de London Pride (Guiness is for tourists!) charlamos de muchas cosas y me dio tiempo a conocerlo bien. Era un tipo cauteloso y bastante especial. Llevaba corbatas de las charity shops y pantalones sin bolsillos de un curso que hizo para croupier.


Evitábamos hablar sobre lo que veíamos cada día pero entre anécdota y anécdota se colaban los efectos de aquel trabajo estaba teniendo en nuestras vidas. Le comenté que desde entonces me había acostumbrado a ver en cualquier objeto un arma potencial, algo digno de ser lanzado hacia nosotros, ya fuera una piedra en el suelo, un trozo de cartón o una revista olvidada. Jim me confesó que se había acostumbrado, por su parte, a no darle la espalda a nadie que estuviera menos de dos metros. Pero sobre todo, lo más molesto era aquella sensación que los dos habíamos adquirido de que todo iba a romperse, a resquebrajarse, a que los cristales se astillarían, caerían al suelo y en nuestra anticipación los veíamos utilizarse para cortar nudillos y escribir amenazas sobre paredes.


Como en toda experiencia extrema y a falta de experiencia castrense Jim fue mi doppelgänger. Alguien que convirtió el monólogo en diálogo; por él supe que aquello que estaba viviendo era real. Fueron muchas las horas de charloteo en las que me acostumbré a su inglés cockney y él al mío parcheado.


Fue en una de estas, creo que el viernes anterior a una Semana Santa, cuando todos los profesores del centro se habían ido a celebrar el fin de trimestre a un pub con vistas al río. Jim y yo sin decir palabra nos metimos en el De Burgh Arms, un pub de barrio contiguo a la estación de tren.


Aquel día festejábamos las dos semanas por delante en las que intentaríamos recuperar algo de cordura. Estábamos de buen humor y Jim empezó a hablarme de su infancia. Hablaba de las pocas veces que estrenó zapatillas de deporte y de cómo se veía obligado a pasear por el barro en el camino al colegio para que no se notasen que eran nuevas.


Escuché aquello y me vi a mí mismo haciendo lo propio a tres mil kilómetros de distancia, paseando por descampados y por edificios a medio construir, para llegar con las botas llenas de polvo al colegio. Dudo que mis actuales compañeros hayan hecho algo así alguna vez.


Cuando le confesé a Jim que yo también había hecho aquello, se quedó pensando y levantando la pinta me preguntó si quería ser su padrino de boda. ¿Cómo negarse?

1 comentario:

Jim Eastwell dijo...

Jim has read this but fails to understand anything! Viva la babelfish!

As in all extreme experience and for want of military experience Jim it were my to doppelgänger. Somebody that turned the monologue into dialogue; by him I knew that what was living was real. The hours of charloteo in which I was accustomed to its English cockney and it to patched mine were many. It was in one of these, I believe that Friday previous to one Easter, when all the professors of the center had been going away to celebrate the end trimester to a pub with a view to the river. Jim and I without saying word put in the one Of Burgh Arms, a pub of contiguous district to the train station. That one day we ahead celebrated the two weeks in which we would try to recover something of sanity. We were of the good humor and Jim began to speak to me of its childhood. It spoke of not very often that released sport slippers and of how it was forced to take a walk by the mud in the way to the school so that they did not notice that they were new. I listened to that one and I saw myself same doing own three thousand kilometers of distance, taking a walk by opens of terrain and buildings to means to construct, to arrive with dull dust floods at the school. I doubt that my present companions have done something thus sometimes. When I confessed to him to Jim that I also had done that one, it remained thinking and raising the dot she asked to me if she wanted to be his godfather of wedding. How to refuse?