viernes, 28 de agosto de 2009

2.

Después de este intermedio continúo contando el viaje:
La llegada a Chiang Mai, la capital del norte, fantástica: dos songthaew que nos dejan en mitad de la nada para coger un autobús que tarda cuatro horas en llegar.
A esa altura del viaje nos hemos acostumbrados a las mascarillas.

El sitio recomendado por la Lonely, afortunadamente lleno.
No pensaba pasarme ni un segundo rodeado de niñatos de vuelta de todo.
Chiang Mai supone uno de los chascos más grandes del viaje:
asquerosos guiris sin camisetas, deseosos de probar la carne tailandesa.

Se suceden los bares para extranjeros.
Y nosotros nos esforzamos en desaparecer.
Alquilamos una moto y nos subimos a Doi Suthep;
un templo fantástico en lo alto de una montaña.
Budas dorados, destino de tours; me río mientras veo las performances
que familias rubias hacen delante de monjes:
repiten un par de gestos y un monje les pone un trozo de cuero a los hombresa manera de pulsera;
un ayudante, a su vez, les pone un trozo de cuerda a las mujeres.
Esto le encanta a Maria Jesús.

A la vuelta nos cruzamos con un elefante por la carretera.

Los días siguientes recorrimos la ciudad y descubro una de las mejores librerías de segunda mano que he visto en mi vida: tenían un apartado para literatura beat.

También merece la pena comentar la mayor atracción de Chiang Mai: su enorme mercadillo que se extiende por todo un barrio de la ciudad. Una especie de Portobello tailandés. Fantásticos los puestos de postres y de gusanos y cucarachas para comer.

Las mañanas las dedicamos no obstante a zampar English breakfasts; en una de estas nos encontramos a una de las pocas españolas que encontraremos en todo el viaje. Tras un preambulo, nos comenta que acaba de bajar de Doi Suthep, donde ha realizado un curso de meditación, con voto de silencio incluido, durante diez días. Los ojos de María Jesús se salen de sus órbitas.

Curiosa esta manera de meditación que consiste en evitar todo tipo de pensamiento y dejar la mente vacía. Cada vez más asco por los iluminados. Aunque la chica era simpática.

Siguiente estación: Sukhotai.

lunes, 17 de agosto de 2009

(nada más penoso...)

... que encontrar a un amigo de mi juventud
y verme forzado a cenar con él,
y maravillarme ante lo estúpido de su conversación,
y escarbar algún nexo de unión,
y verlo haciendo lo posible por no pagar
("tú tienes más dinero que yo")
y levantárseme el estómago al ver los modales
de su hijo pequeño,

y recordar que hace sólo cuatro días que me enterado
de la muerte de uno de esos colegas
a los que no hacía falta llamar por teléfono
ni quedar para cenar
que aparecía por las noches
y me daba caña
y me decía qué chungo eres,
y hacíamos proyectos
y nos decíamos
a ver si nos llamamos.


miércoles, 12 de agosto de 2009

real visceralismo en el sudeste asiático (1)

Una boda en Soria.
Un paseo por Piccadilly.
La llegada a Bangkok (recepción de caras enfundadas en mascarillas, nos hacen super conscientes de la gripe ¿asiática?, ¿aviar?, ¿o esa nueva que ha sido escondida tras unos dígitos de difícil transcripción?; da igual, solo me recuerdan a esos virus de novela vampírica o de peli de zombies)
La araña que se paseó por la pared de nuestra guest house de Chiang Rai mientras yo leía, y su paseo pareció emanar de mi mente insomne y enferma de jet lag. María Jesús aplastándola con su zapatilla.
El paseo en moto de 160 kilómetros donde nos quemamos con el sol, nos saludaron desde los campos de arroz y un hombre nos regaló una rama de lychees y de un aguardiente que no me atreví a probar.
En songthaew hasta Mae Salong, una francesa sorprendiéndose de mi inglés (oh, yeah!!!), la llegada a Mae Salong, cobijados bajo un portal, empezamos a descubrir los ojos chinos de la población, un niño no nos quita los ojos de encima, asombrado de nuestras caras.
La vuelta del colegio nos sorprende en una terraza, hago fotos donde queda recogido el arco iris de impermeables y sus rostros sorprendidos. La cerveza Chang ayuda a esperar que escampe.
Un paseo de cuatro horas a caballo por los bosques que rodean Mae Salong. La entrada a una aldea Akha, las gallinas y los niños servían de contraste a las antenas de televisión.
Fumamos, bebemos, reímos y nos damos masajes. Ha merecido la pena esperar un año para volver a Asia.

Siguiente estación: Chiang Mai.

martes, 11 de agosto de 2009


Emulando a McCurry voy buscando caras en mis viajes.
Algo que me aleje del ahora, algo que justifique mis desplazamientos.
Paseo, busco, doy rodeos, paso siete veces por el mismo sitio, hasta que mi presencia deja de ser una novedad. Sonrío, saco la lengua, y sólo entonces empuño la cámara, esa cosa negra que había llevado colgada como mero accesorio. Entonces las caras cambian, recurro a la gestualidad, a mi mejor cara de imbecil y cuando la otra persona finalmente sonríe aprieto el botón.

viernes, 7 de agosto de 2009

Otro verano, otro viaje.
Tailandia, con una breve estancia en Camboya.
Esta vez me he visto en varios de esos lugares atestados de turismo.

Un turismo joven y moderno, pero turismo a fin de cuentas. Me he visto compartiendo calles con esos jóvenes anglófonos ante los cuales éramos invisibles. Con diez o quince años menos, te hacían pensar en lo lejos que estamos de la civilización con mayúsculas.

Dicho esto, maticemos: una civilización, sí, pero una civilización cuyo precio es la sinergia deshumanizada de habitante de gran urbe. El simple paseo por el mundo sin el más leve indicio de emoción o de interés. La vida como simple registro de experiencias.

Siguiendo con este tema, me descubro más cerca de tailandeses, de vietnamitas, de camboyanos. Sus miradas son bastante parecidas a la mía. Recorriendo sus esquinas, sus aldeas, viajando en sus autobuses, comiendo codo con codo con ellos reconozco una cercanía que no siento cuando me veo forzado a cruzarme con mis supuestos iguales: esos cachorros que me dan "hints" de hacia donde van los tiros.