martes, 27 de abril de 2010

A martillazos

En la plaza principal del pueblo donde trabajo hay una estatua de bronce que representa a Atanasio, un viejo ilustre con su bastón y su perro, que divisa la plaza sentado en un banco.

Todos los detalles de su sombrero y las arrugas de su cara están minuciosamente anotadas y reproducidas. De ese naturalismo que me provoca ganas de coger un mazo y liarme a martillazos. Me contengo.

Ayer, con motivo del día del libro, organizamos una lectura poética con los chicos del instituto. Neruda, Espronceda y Byron estuvieron allí. Desde el banco que está junto a Atanasio los chicos, algunos apoyados, otros abrazados, otros simplemente acompañados por la estatua, recitaron frente a sus amigos.

Cuando llevábamos un rato, una anciana pasó por allí, y en mitad de nuestra euforia, dijo maldiciendo, junto a mi lado, "si Atanasio levantara la cabeza".

De primeras no entendí. Como si la jerga local me hiciera malinterpretar lo que realmente había escuchado. Cuando conseguí enfocar la imagen, aquello fue suficiente para que se me activara una cadena de pensamientos salvajes.

Comparé la falsa solemnidad de la estatua con la espontaneidad y juventud de mis alumnos. Y ya las arrugas de la estatua no atesoraron experiencia, sino mierda acumulada, y un hábito, una manera de consagrar la existencia por el simple hecho de aguantar, de sumar años. La malicia de los ojos y la confianza en un bastón ya claramente ofensivo terminaron por decidirme.

Recordé el mazo y pensé que sería buena idea transformar esa cara en un cuadro de Bacon. Esta vez no me voy a contener.

No hay comentarios: