miércoles, 2 de julio de 2008

interim


Como todo buen docente y estudiante perpetuo, mis años terminan con los últimos días de junio y empiezan el último día de agosto, en ese momento en el que uno hace un esfuerzo colosal por recordar con qué se ganaba la vida.
En el interim, ese tiempo estanco llamado verano que no supone transición sino ruptura: un desierto de días a los que hay que poblar de sentido.

Estando a primeros de julio, y a manera de ejercicio, haré algo que suele hacer el resto de los mortales en fin de año: pasar revista y hacer propósito de enmienda.

Este año ha sido salvaje en algunos aspectos; algunos me han arrancado de la realidad y otros me han anclado a ella con el dolor de las pérdidas.

Ya que he soltado lo malo de una manera tan velada, me dedicaré al egocéntrico placer de enumerar buenos momentos:

He dado unos cuantos pasos, tímidos, en algunas direcciones: el cacarear a los cuatro vientos mi supuesta faceta artística ha hecho que termine creyéndola en ciertos momentos.

Así me veo con el valor de ejercitarme, de hilar frases y fotografías aquí, ahora.


Me he visto capaz de montar otra exposición: he saltado del Támesis al Ganges y en el salto la boca se me ha quedado seca.

Sacié entonces mi sed y la euforia, tan grande, me hizo ver bailaoras flamencas donde sólo había manchas de vino.

También me he visto incitando a chavales a derramar su poesía en imágenes; he disfrutado mucho en el proceso.

Y ahora me queda empezar de nuevo, en otro sitio, con otras caras.


En sueños, pizarras de neón surgen del vacío.

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