Marlow afirmaba que lo que le impulsó a viajar fueron esos mapamundi vacíos, blancos, que veía en su niñez.
Unos mapas que fueron rellenándose a medida que fue creciendo; ríos, lagos y nombres se fueron extendiendo sobre sus superficies, esquivando el horror vacui del planeta.
Marlow los veía desde los escaparates y señalando con un dedo imaginario los huecos, se decía, cuando sea mayor, iré allí.
Hoy la situación es muy diferente; hoy no nos queda sino la actitud inversa. Nombres como Aswan, Urgup, Khajuraho, Chitwan o Can Tho, son los que me hacen salivar frente a cualquier mapa; los que me impulsan a solicitar visados, a buscar vacunas, a agenciarme guías.
Hemos pasado del encanto de lo desconocido al sabor por lo exótico.
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