martes, 2 de septiembre de 2008

Why so serious?



Con la impresión del último Batman en mi cabeza (vista con subtítulos en chino en una ciudad que no deja de ser una Gotham blanca y superficial) doy otrogiro a este blog que lucha desesperadamente por encontrar voz propia.

Dicho esto, al tema: la pasión por la enésima reactualización del horror.

Como bien es sabido por aquellos lectores de dominicales, sección tendencias, la industria cinematográfica parece haberse sacudido por fin, un lustro después, el polvo de ciertas torres caídas. Tras la cara de tontos que se le quedó al personal, este ha conseguido por fin encontrar un lenguaje que articule la sensación de vacío actual y de que todo-va-a-ir-a-peor-a-menos-que-sigamos-entregando-lo-poquísimo-que-nos-queda-de-integridad.

De eso trata ni más ni menos que la figura que nos ocupa: el "Joker" de Nolan-Ledger. Dejando aparte temas escaborosos extracinematográficos acerca de la suerte del actor, quiero centrarme en cuanto nos dice el personaje acerca de las articulaciones y estribaciones del horror contemporáneo.

El tema de la "inversión" fue un tópico de las fiestas medievales en las que el burro, el tonto, el loco, el bufón, ocupaban el trono por un día. Dicha práctica lejos de contener cualquier matiz moderno de crítica o de humildad, servía para reafirmar el "status quo". Tras su celebración, autoridad y cordura salían triunfantes a poner orden.


En la sociedad actual, en la que ya no se habla de capitalismo, al igual que no se habla de la presencia del oxígeno, ¿cuál sería su inversión? El comunismo hace quince años que no nos sirve, así que la contraimagen del presente no sugiere en el público otra actitud que la del terror, el miedo a algo carente de sentido y de orden.


Hasta hace diez años los piratas aéreos secuestraban aviones y los desviaban a países cómplices. La eficiencia imperialista, el apretar más y más el círculo hacia unos cada vez más escasos "países rebeldes" (a la manera de un superheroe encapuchado encarcelando a supervillanos en Arkham) ha forzado la creación de un correlato extremo en el lado de los "malos". Los aviones no son desviados sino que en una cabriola aguijonean el suelo del que se yerguen. He aquí el mayor de los miedos, el surrealismo, la anarquía, el horror por el horror, la supuesta falta de sentido. He aquí donde entra en juego el "Joker".


La raíz del personaje que nos ocupa ya apuntaba maneras. El archienemigo de nuestro superheroe contraponía los tintes oscuros y policiales del murciélago con la bufonada y el colorido; la eficiencia vs. la procacidad. Si bien a fines de los ochenta se intentó dar una visión correcta del personaje, el megalómano Nicholson hizo que no pudieramos ver al Joker sino a Nicholson haciendo del Joker. Tuvieron que pasar veinte años para que la sociedad estuviera preparada para digerir ese Joker de "Dark Knight" el comic de Frank Miller que inspira la película homónima. Dicho comic resucitó al moribundo personaje de Batman, vapuleado tras la deconstrucción del mundo de los superheroes hecha por Alan Moore en "Watchmen".

En "Dark Knight", el cómic, debemos rastrear elementos que a la luz de esta época se nos presentan muy reveladores. Aquí el clima de desasosiego, de la tan temida anarquía, irrumpe de una manera igual o más eficaz que en la película. La figura del "Joker" deja de tener esos contornos naïves, amables, aquellos que atrajeron a Nicholson, y presenta al personaje como el monstruo nacido de las cloacas de la civilización. Algo de lo que todos somos cómplices.

(Un apunte sobre la trascendencia de "Dark Knight", dibujado en los años ochenta, a Miller no se le ocurre otra manera de ilustrar el caos con un avión estrellándose contra una de las torres gemelas de Gotham.)

Tras esta digresión, vuelvo a la película, y me enfrento al porqué de lo terrorífico de este personaje: todo en él resume las características que anidan en el subconsciente americano y por tanto mundial: al diseño "high tech" de los "gadgets" de Batman, se oponen bombas caseras y bazocas, rifles, pistolas y cuchillos (ese arma tan vil); al aspecto pulcro y limpio de los protagonistas, una presencia que rezuma suciedad, un "dirty look" de pelos mugrientos y ropas de pedigüeño; y sobre todo, ese maquillaje fullero e improvisado, la obra de un loco apresurado.

La ubicuidad del Joker, esa sensación de que puede aparecer por cualquier sitio supone la radiografía del miedo; no importa quién se esconda tras del disfraz, da igual que lo encarcelemos, los tentáculos del mal y del terror siempre están dispuestos a cerrarse sobre las gargantas de nuestros hijos.

Como he dicho antes, el horror no está sino en la inversión del mundo y en su mascarada; el rey no sale tan reforzado como cuando el loco asume su papel y la sociedad comprende que cualquier desviación de la norma supondría una estupidez.
El mundo actual necesita más que nunca ver a sus demonios para sacarlos de sus vidas.

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